Los hermanos que “veníamos detrás”, nos pasamos casi
todos los cursos (podría haber puesto todos,
pero queda mejor casi todos, por no
generalizar, sin haberlo comprobado exhaustivamente) con los libros “sobados y subrayados”, como dice JGJ, y
si no llegaban a estar "churritosos", sí que los heredábamos bastante
"trabajados" y pintarrajeados, y eso ¡desde el primer día del curso!.
Una verdadera discriminación, sobre todo cuando veías a los compañeros con
“todo el material” nuevo e inmaculado…...
Y los heredábamos, además, con los nombres puestos
(los del hermano mayor, ¡claro!) en esa primera hoja tras la tapa (¿cual es la
denominación adecuada de esa 3ª?), y para más “inri” el nombre y apellido estaba
escrito a tinta (o a bolígrafo, que para el momento en que hicimos los cursos
“superiores” a existía ese elemento para escribir, estando generalizado su uso
o no), y para que oficialmente pasaran a ser de nuestra propiedad, había que
tachar tanto el nombre como la letra del curso para poner los nuestros (en mi caso
había que pasar del “C” al “A”, ya que era difícil de hacer esa transformación
sin que se notase mucho). ¡Si al menos solo hubieran escrito el apellido...!
Pero no, el nombre completo.... y en
aquella época no existía el “tipex”. Si se intentaba borrar, (con aquellas
gomas de borrar “mixtas”, -no recuerdo la marca-, esto es las que llevaban por
una parte una zona blanca, más blanda, para lápiz- y por la otra una zona más
oscura, dura y más rugosa, que decían servía para borrar “lo escrito a tinta”),
decía un poco más arriba, que si se intentaba borrar lo de tinta, comenzaba
poniéndose todo oscurecido (casi emborronado), para después empezar a salir
unas, a modo de, pelotillas canijas de papel (procedentes más de la labor de
“lijado” que del borrado), hasta que, si seguías, aparecía el temido desgarrón
en la página……
Luego nos encontrábamos con otra dificultad. La de la lógica evolución de temarios, que no
necesariamente estaba asociada a un cambio de plan de estudios o de estructura de la asignatura. En muchos casos se mantenía el
nombre del libro, pero…¡entre la edición actual y las precedentes (en mi caso 4
cursos, una enormidad), no es que ni la historia, ni el latín, ni siquiera a
literatura, hubieran cambiado, pero el autor se había dignado a introducir
algunas “mejoras”, supongo que bienintencionadas, corrigiendo erratas o
reflejando aclaraciones para hacer más comprensible la materia para nuestras
delicadas mentes infantiles y juveniles, pero que a mí, ahora, desde la perspectiva
del tiempo pasado, (y el colmillo retorcido que me queda después de la lucha
profesional que llevo en la chepa), me parece que tenían la sana intención de
hacer caja (y obtener así unos ingresos adicionales con los que incrementar la
tradicionalmente escasa remuneración del profesorado).
Por tanto, los que éramos “pertinaces” en utilizar “voluntariamente”
y contra toda recomendación, los libros heredados (valga esto también, para
aquellos que dándose un paseo hasta los aledaños de la Gran Vía -por entonces
Avenida de José Antonio-, se acercaban a La Felipa a conseguir el mismo libro,
en edición anterior, a un precio “módico”, pero con similares “añadidos a tinta”,
eso sí, no realizados por tu hermano…..), nos encontrábamos en la necesidad de
revisar concienzuda y periódicamente los libros “nuevos” de los compañeros,
para detectar cambios, que, con rapidez pasábamos al margen de la
correspondiente página del nuestro (en caso de cambios menores), o que
copiábamos con mucho cuidado y detalle en hoja aparte, caso de tratarse de un
“añadido” de mayor cuantía….. Las erratas, solían corregirse, al ser detectadas,
con tachón y sobreescritura, con lo que el libro quedaba aún más cochambroso. Y
algunas veces, nos llevábamos la sorpresa de que la errata ¡ya estaba corregida
por nuestro hermano mayor!. Bondad de los profesores que, en lugar de
callárselo para “pillar” posteriormente a los que no hubiesen atendido en clase
(solo por este motivo, ese tema hubiera sido candidato a salir en un examen),
lo comunicaban en voz alta, indicando claramente lo que se debía corregir...
¡Benditos ellos!
Lo que más nos despistaba a los agraciados con “la
herencia de libros” era cuando el libro, normalmente al final de cada capítulo,
contenía ejercicios, y el profe con
la buena intención de que practicásemos la materia, nos decía, ya al finalizar
la clase: “para mañana los ejercicios 1
al 10 de este tema”. Eso significaba trabajo extra pues había que
“decomisar temporalmente” el libro del compañero más cercano, convencerlo para
que no saliera corriendo, si es que se trataba de clase a última hora, y
revisar con cuidado el enunciado de todos los ejercicios ¡y todas las cifras
que podían incluir!, para en su caso realizar una copia rápida de los
mismos. ¡Que buen invento el de la
fotocopia, aún a costa del copyright….! Más de una vez descubrí tarde, por
precipitación, dejadez o exceso de confianza, el haber trabajado el día anterior
en balde….. ¡los ejercicios que yo traía resueltos no se parecían ni por el
forro, con los que había que realizar! Algunas otras veces el trabajo lo
llevaba adelantado, pues el único cambio que el autor había introducido en
ellos se limitaba a reordenar los ejercicios. En estos casos, el único trabajo
perdido era el de haber realizado la “copia a mano”, pero su resolución ¡ya la
tenía!. De todas maneras, supongo que en caso de ser una operación repetida en varios
capítulos, pronto descubriríamos la “treta del autor”…
Pero no todo eran inconvenientes y dificultades…., la
herencia también proporcionaba beneficios.
A veces (generalmente pocas) contábamos con el apoyo inestimable de la mayor
ciencia del hermano mayor, que nos trasmitía sus experiencias… “eso cae”
¡Artículo de fe, había que estudiárselo bien!, o nos aprovechábamos de su
“haber pasado por eso”, cuando investigábamos con espíritu de grafólogo (o de
boticario antiguo, que podían hasta descifrar las recetas “encriptadas” de los
médicos) las notas tomadas por nuestro hermano “a vuela pluma” en cualquier
esquina o margen, e intentábamos descubrir la necesidad e importancia de tal
apunte….., y detectábamos esa conexión no suficientemente bien explicada en el
libro, con la que se pasaba de una fórmula a otra…..
Sin embargo el mejor “éxito” de cualquier hermano menor que se preciase de tal, consistía
en localizar el cuaderno de ejercicios del hermano mayor (en el que se
recogían, para todo el curso, los ejercicios resueltos, los errores más
frecuentes “ya corregidos”, y demás “tesoros” de precio incalculable).
Operación ésta, la del “descubrimiento” (y recuperación del cuaderno) no
siempre sencilla y exenta de riesgos, pues los padres (que, como refleja el dicho,
han sido “cocineros antes que frailes”), al detectar una pausa prolongada u
holganza a la hora de “hacer deberes”, revisaban, con intuición y
profesionalidad de CSI, la mesa de trabajo del desprevenido hijo menor a la
caza del susodicho cuaderno, con perjudiciales consecuencias para el
interfecto.
En mi caso, como supongo hubo reincidencias, la
solución adoptada en casa fue (injusta a todas luces, pero eficaz a la hora de
que, con el propio esfuerzo y habilidad, lograra llegar a ser un hombre de provecho,
cosa que no se si consiguieron completamente), la confiscación preventiva de
todo material susceptible de ser aprovechado eficazmente por el siguiente
hijo…, en este caso “Yo”. Con mi hermana no hubo necesidad, pues era niña, iba
a otro colegio –el Ramiro seguía siendo solo de chicos-, y además al haber
pasado otros 3 años, ya no había nada medianamente aprovechable…..
Otras veces, el hallazgo ¡importante! se refería a
“algo” que normalmente se encontraba escondido entre las páginas menos
manoseadas, (las últimas del libro, por lo general) y que podía tratarse de
algún papel olvidado, con anotaciones personales comprometidas, (tales como el
nombre repetido de alguna chica próximo al dibujo de corazones ensartados por las flechas de Cupido, u otras bobadas
similares), con los que creíamos haber descubierto sus más íntimos secretos…..
¡Vana creencia, pues el contenido de aquel papel seguro hacía tiempo que había dejado
de tener valor extorsionador…!. De todas maneras los hermanos mayores habrían
desarrollado, tras algún intento fallido al respecto, una habilidad especial y
revisarían minuciosamente los libros al terminar los cursos….
Paso ahora a contaros algo, que supongo algunos también
recordaréis. Fue con motivo del cambio de orientación en la asignatura de
F.E.N. (no tengo que aclarar que esas siglas respondían a Formación del Espíritu
Nacional, ¿verdad?), cuando de áridos textos de “puro adoctrinamiento” del régimen
imperante, cambiaron a libros en que el intento de aleccionamiento se realizaba
en base a comentarios de textos. Pues bien, unos cuantos compañeros (todos con
hermanos mayores) entre los que me encontraba, conseguimos “continuar con el
plan antiguo”, es decir, seguir con los libros de nuestros hermanos mayores, y
tragarnos los Principios del movimiento y la importancia de los sindicatos verticales….,
me imagino que con gran contento de nuestros profesores de F.E.N., sobre todos los más “fachas”….
Acabo comentando, que había un elemento heredado, que
se encontraba en el interior de un libro y que los que teníamos hermanos
mayores, lo heredábamos, en sucesivas generaciones, (por mucha prole que
hubiera en una familia) siempre impoluto, casi virgen de manchas, subrayados y
otros aditamentos. Se trataba, como bien os habéis podido imaginar, del ya
citado en alguna otra ocasión, “programa”,
del que siempre recuerdo el de la asignatura de Religión, que acompañaba al
libro de Monseñor Gabino, y que éste, al comienzo de cada curso, amable y
pertinazmente, nos invitaba a comprar, indicando junto al título del libro, el
esperado “…. de Gabino López Morán, ¡con
programa!”.
Vicente (nuestro Ramos, ¿quién si no?), a raíz de una
consulta privada que le hice respecto al tema de la herencia, me indicó que no
solo heredaba los libros, sino también la ropa, pero ese es otro tema. ¡Quede
para mejor ocasión!
Muy bueno, Paco!!
ResponderEliminarEfectivamente, heredaba los libros, alguna ropa en buen estado, el conocimiento del hermano mayor (José Ramón) que permitía no tropezar en las piedras que él ya había tropezado y hasta llegué a heredar su moto Ducati a los 18 años.